del 07 al 19 de enero de 2021
CECILIA MANGINI
De la mano del Festival de Cine Europeo de Sevilla, se podrán ver por primera vez en València las películas de la cineasta italiana Cecilia Mangini, que se aproxima al cine documental de una forma absolutamente desprejuiciada y abierta tanto al azar como la hibridación. Se podrán ver doce de los cortos que filmó entre los años 50 y los 70, entre ellos tres con guion de Pasolini, y dos películas recientes sobre su faceta de fotógrafa, codirigidas con Paolo Pisanelli.
En 2021, con una oferta amplísima de cine (no solo contemporáneo) que se puede disfrutar sin salir de casa, una de las labores más valiosas de la programación de una filmoteca es dar acceso al cine que aún permanece invisible, descubrir cineastas que la historia ha olvidado y, tal vez, reconfigurar el sacrosanto canon cinematográfico. Por ello, en paralelo a los ciclos dedicados a Rohmer o Buñuel, el público valenciano ha podido descubrir recientemente el interesantísimo (e inaccesible) cine de Kinuyo Tanaka. Ahora, de la mano del Festival de Cine Europeo de Sevilla, se podrán ver por primera vez en València las películas de la documentalista italiana Cecilia Mangini, a la que algunos se han referido como la “Agnès Varda italiana”. Ciertamente, ambas, a las que unió una amistad tardía, tienen cosas en común: las dos son mujeres en un mundo de hombres, comprometidas políticamente; las dos llegan al cine en los años 50 desde la fotografía y han seguido filmando hasta el final (Mangini, de hecho, sigue en activo a sus 93 años). Y, aunque Varda, a diferencia de Mangini, sí dirigió películas de ficción, ambas se aproximan al cine documental de una forma absolutamente desprejuiciada, desconfiando de la realidad y depositando sobre esta una mirada curiosa y abierta tanto al azar (“la realidad no existe; lo que buscamos es más profundo que la realidad, algo escondido que se revela”, afirma Mangini) como a la hibridación: “para mí, un documental puede ser una puesta en escena de la realidad y, a la vez, requerir una actuación o un texto poético para ser más eficaz”, precisaba en una entrevista para Babelia la directora italiana, cuyos tres primeros cortometrajes cuentan con textos de Pier Paolo Pasolini. “Creo poder afirmar que mi realismo siempre ha sido más bien infiel a la realidad”, añadía Mangini antes de proclamar una de las claves de su impulso poético, “la voluntad de que ética y estética tengan el mismo valor”. En sus cortometrajes, retrata los márgenes de una Italia que, después de la guerra, entra en un vertiginoso proceso de industrialización. Mientras el relato oficial se centra en la modernización y el futuro, su cine pone el foco en obreros y campesinas, en rituales rurales en peligro de extinción y en ritos iniciáticos de los adolescentes de suburbios. Atendiendo a las tensiones entre lo ancestral y el boom industrial, la mirada de Mangini no está exenta en ocasiones de cierta ironía, como cuando muestra la peregrinación nocturna de los devotos de la Virgen del Santuario de Amor Divino. Pero quizás el principal valor de su cine “etnológico-poético”, que parte del neorrealismo pero adelanta hibridaciones de cierto cine europeo posterior, es la frescura con la que filma realidades a veces muy duras. No cae en un esteticismo que embellece lo marginal, porque el esteticismo siempre es epidérmico y Mangini logra conectar con la esencia de lo arcaico y lo popular. Pero nada tiene de la estética miserabilista. Al contrario, sus películas rebosan de vida, en todas ellas centellea alguna revelación y, en algunos momentos, hasta ciertas dosis de humor. En ocasiones, la alegría de los desheredados es un acto de resistencia. Y en el cine de Cecilia Mangini, filmar sus gestos vigorosos –de los ragazzi di vita pasolinianos, de la anciana campesina Maria, del indómito niño Fabio...– se convierte en un gesto político.
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