VALÈNCIA NEGRA: ROAD MOVIES EN NEGRO

Poco importa que sean autopistas, desvíos o carreteras secundarias cuando no hay escapatoria. Ni tomas veloces ni imágenes vibrantes logran rescatar a los héroes de un género marcado por la fatalidad. Cuando los jóvenes amantes de They Live by Night (1947) clavan su mirada a cámara asustados, están delatando la presencia de un público que tampoco ve ninguna salida. Con ella debutaría un gran cineasta, Nicholas Ray, quien arranca con una toma aérea que sigue a un coche. La película tardaría dos años en estrenarse porque a Howard Hawks, entonces jefe de la RKO, no le entusiasmó.

Lo fascinante del género negro es que no exige muchas explicaciones. Apoyado por una iconografía reconocible, el recuerdo de otros films o las páginas de la crónica criminal, apenas nos cuesta entender la angustia del protagonista de Detour (1945), incapaz de hallar un refugio que alivie su memoria. Para su director, Edgar G. Ulmer, estar fuera del sistema era tan crucial que no le importaba resolver un rodaje como este en unos pocos días y con un presupuesto ínfimo a cambio de ser uno de los cineastas norteamericanos más libres.

Bastan unos segundos para asumir la condición letal de El autoestopista (1953), quien deja un reguero de víctimas durante los títulos de crédito. Con ella, Ida Lupino no sólo se convertiría en la primera mujer que dirigía un film de género negro, sino en la autora de una obra dura y ejemplar que la cineasta urdió a partir de la historia de Billy Cook, a quien visitó varias veces antes de ser gaseado en la prisión de San Quentin en 1952.

Sobre la experta tiradora de El demonio de las armas (1949), Joseph H. Lewis dijo: “Era una leona, no un ser humano normal. Había enloquecido al chico hasta el punto que este ya no sabía lo que se decía. Él era un buen tipo”. Lewis consiguió una obra maestra absoluta, ideal para sellar este nuevo ciclo que La Filmoteca y Valencia Negra presentan en la undécima edición del festival. DANIEL GASCÓ