LA LETRA EN LA IMAGEN: "EL SUEÑO ETERNO"

Se cuenta que durante el rodaje de "El sueño eterno" se envió un telegrama a Raymond Chandler, preguntándole sobre quién era el responsable de uno de los asesinatos que aparecen en el film. La respuesta de Chandler fue: “Yo tampoco lo sé”. La anécdota (¿leyenda o realidad?), más allá de las pistas que pueda dar sobre las interrelaciones entre la novela y su adaptación, pone de relieve un elemento esencial del film: su enrevesado argumento, su retorcida trama. Estamos ante un laberíntico relato negro –que en sus intersticios acoge una historia de amor plena de ironía–, cuyo barroquismo narrativo reside en la existencia de un inextricable magma de situaciones y acontecimientos que se suceden y se encadenan formando una malla impenetrable que impide saber con precisión qué ocurre, por qué y a quiénes.
Hay asesinatos en elipsis, muertos sin identidad, nombres sin rostro, rostros sin nombre, relaciones inestables y equívocas, hechos confusos. Un mundo en constante desequilibrio, al borde del precipicio, en el que los personajes que lo habitan parecen abocados al abismo, y regido por el principio de la descomposición. Nos es mostrado a través de la mirada del mítico detective Marlowe, cuya investigación, envuelta en una atmósfera de pesadilla, nos permite descubrir turbios escenarios, individuos sin escrúpulos, inquietantes relaciones…

Como en el mejor cine negro, en "El sueño eterno" encontramos el sutil poder subversivo del género: a través de su discurso densamente metafórico, dibuja un implacable retrato de una sociedad con signos evidentes de putrefacción, convirtiendo el sueño americano en pesadilla. Las palabras del personaje del viejo general Sternwood, que remiten metafóricamente a la propia fragilidad y corrupción de su clase social, son toda una declaración de principios: “las orquídeas, sus pétalos, son parecidos a la carne humana, su perfume tiene la pútrida dulzura de la corrupción”.