València · 2019
Cuzco
Víctor Sánchez Rodríguez
Institut Valencià de Cultura. Generalitat Valenciana.
Idioma: Valenciano
ISBN: 978-84-482-6365-2
Signatura: LV846
Tipo de edición: Libros
Precio: 10,00€
Salí de mi albergue de la calle Platers, al centro de la ciudad de Cuzco, ávido de diferencia y con ganas de conocer, pero me temblaban las piernas por culpa del mal de altura. Había masticado coca, pero no la suficiente, de forma que me apuné (cuanto más tarde averiguaría). Recorrer la distancia entre mi albergue y la plaza de Armas, centro vital de Cuzco desde donde mi aventura tenía que partir, me costó más del que era normal. Pero por fin llegué. Y el que vi no llenó mis ansias de diferencia. El que vi fue una plaza rectangular enmarcada en su perímetro por edificios antiguos con porches que me hizo recordar la plaza Mayor de Alcalá de Henares; también una catedral y una basílica; y un lánguido tranvía que recorría la plaza, convirtiéndose en el objetivo momentáneo de todas las cámaras de la cantidad ingente de turistas que se amontonaban en todo el perímetro de la plaza. La gente a mi alrededor hablaba español, excepto los turistas que hablan este tipo de esperanto que es el inglés internacional, mezcla de una lengua solo hablada en presente y acompañada de numerosas gesticulaciones. El que quiero decir es que, para mi sorpresa, no me sentía en un lugar muy diferente del que es España. Que España fue un país imperial y colonial, obviamente, no era un descubrimiento para mí. Pero, no sé si fue por culpa de la falta de oxígeno al cerebro, por primera vez tuve una experiencia directa del hecho en sí. Uno sabe de donde viene, pero no sabe el que es hasta que se aleja y lo ve en la distancia (es a la periferia donde se conoce el centro), como las fotos del Meteosat que nos hacen reconocer la piel de buey desde la atmósfera. En este caso, observar Cuzco, que a mi parecer era una réplica de una ciudad española en su esplendor barroco erigido sobre las ruinas de un pasado inca, fue como la visión de un espejismo, una visión distorsionada, criolla, de aquello que fuimos. Qué es ser español? Nunca lo he sabido. Pero, y recalco esto, no sé si fue por culpa del mal de altura, me va paréixer que ser español era, como reza el lema patrio, ser non plus ultra, ir más allá, es decir, ser un país conquistador, doblegador e imperial. Inmerso en medio de esta anagnòrisi identitaria, sudado y un poco mareado, acusando la falta de oxígeno, asediado por vendedoras de artesanía, cholas que me ofrecían hacerme una foto con el suyo baby-llama, masajistas y camareros que me ofrecían un menú por un precio más que razonable; en medio de todo esto, me latió el coro recordándome el propósito de mi viaje: había venido a curarme no de un desamor, sino del desamor mismo. Vivía desenamorado de la vida. Y, como quien se hace el desentendido al hecho que el viaje en la posmodernidad es una sucesión de etapas faltas de una estructura concatenada de causa/consecuencia, posé todas mis esperanzas en que el viaje me revelara la causa primera de mi consecuencia última.
Plantado en medio de la plaza de Armas esta historia vino a mí. Viendo lo Cristo de la Vizcacha, a la catedral, óleo de la escuela cusqueña que representa el Último Cenar sustituyendo el cordero por un conejo de Indias, y Judas por Pizarro, empecé a darle estructura. Viendo el espectáculo de dansestradicionals peruanas en un teatro de la ciudad, la nebulosa creativa fue afinándose…
… Una pareja de españoles viaja a Cuzco para salvar su relación…