València · 2019
Faust
Adaptació i text Arturo Sánchez Velasco. Coescriptura Jaume Policarpo. A partir del clàssic de J.W. Goethe
Institut Valencià de Cultura. Generalitat Valenciana.
Idioma: Castellano y Valenciano
ISBN: 978-84-482-6363-8
Signatura: LV847
Tipo de edición: Libros
Precio: 10,00€
No sé muy bien qué me atrapó del Fausto de Goethe después de leerlo por primera vez,
ahora hace borde veinte años; pero desde aquel momento, y por una razón desconocida,
el deseo de montar esta obra me ha acompañado hasta hoy. Quizás me sedujo el espíritu
fantástico que proyectan los personajes, sus avatares vividos en lugares inexplorados, plenos de sugestiones inéditas. Puede ser el amor profundo al lenguaje del autor o la fe absoluta que despliega en un texto inabarcable para conseguir iluminar las sombras del alma humana.
Es cierto que de manera desapercibida ya aleteaba por mi interior en aquel tiempo el
mito del mago que selló un pacto inaudito con el diablo ofreciéndole su alma
a cambio de los secretos que le tendrían que permitir calmar su ansia de conocimiento.
Pensándolo, desde ahora, quizás se trata de la misma semilla que germinó en el espíritu de Goethe cuando de niño contemplaba la representación de la comedia popular en un teatro de marionetas de la época. Por mi oficio soy muy consciente que una de las primeras figuras que a buen seguro surgirían de las manos del titiritero original es el diablo.
Para ir un poco más lejos, arriesgándome un poco, haré mención de otra referencia que tiene cierta simetría con el anterior a pesar de que, puede ser, resulto caprichosa: se me representa con mucha fuerza las funciones infantiles que en mi pueblo (Albaida) vemos todas las Navidades. Se trataba de un retablo que interpretaban un numeroso grupo de niñas bajo la dirección de mi tía Carmeta, que además interpretaba el papel de Lucífero... Su enfasis interpretativo, aquella gesticulación maravillosamente barroca, la histrionismo, los cuernos y la cola, los fogonazos, la enorme boca del infierno pintada en el telón de fondo, aquel piano desafinado... todo junto era una de las sugestiones más hondas y a la vez más teatrales de mi niñez. La pervivencia en mi memoria de aquellas representaciones estoy seguro que ha activado un trasfondo sensitivo del que han renacido impresiones que han acabado matizando muchos momentos de este montaje que ha cogido forma más de media vida después de todo aquello.
Algo más reciente (2003) ha sido el montaje que realicé de la Historia del
soldado con música de Stravinski y libreto de Ramuz donde también se cuenta el que le sucedió a un soldado de vuelta en casa al encontrarse en el demonio que le pide su violín (su alma) a cambio de un libro mágico donde se refleja el futuro. Al adentrarse en esta inspirada versión del mito, en su música magistral, aparecen inmediatamente sugestiones
que te transportan hacia otro lugar geográfico... Quiero decir que alguien que se ha criado borde el mediterráneo nota inmediatamente una acumulación de sensaciones que emanan de la obra y te penetran, transportan en otros paisajes lejanos, más fríos y montañosos, otras vicisitudes más fantásticas y tenebrosas que rodean unos personajes con un coro más áspero y sufrido. Ahora se me entoixa que el aire gélido del norte de Europa (o de Rusia en el caso del soldado, tanto se vale) que sientes soplar constantemente fuera la ventana mientras lees la obra de Goethe quizás lo noté por primera vez al imaginarme el bosque que atravesaba José, el protagonista de la Historia del soldado, solo empezar la narración.
Además de las motivaciones más sensoriales y tempranas hay otros más recientes y definitivas que tienen más a ver con un sentido filosófico y existencial propio que conecta
y se identifica, mediante un impulso intuitivo no demasiado intelectual, con el espíritu del autor. Precisamente el espíritu que conforma la compleja estructura que sostiene el edificio fabuloso de Fausto, una obra que se emperra al adentrarse de una manera sublime y visionaría en uno de los aspectos más nobles de la esencia humana más allá del tiempo: el anhelo de conocimiento y experiencias por encima de todas las cosas, un deseo matizado con un sentido artístico que lo eleva y un pensamiento humanístico que idealiza el hombre y deposita sobre su futuro una noble esperanza de bondad y aprecio a la naturaleza.
Si de caso, también me baila en el pensamiento una debilidad propia de las últimas edades del hombre, que es el origen de esta obra y con la cual empiezo a sentir proximidad: la curiosidad inevitable por todo aquello que la correcta moral a excluido de tu ámbito de pensamiento y acción.
Cuando Fausto, muy decepcionado con el que ha podido hacer con su vida, en una transgresión moral de la cual es plenamente consciente, recurre al ocultismo, lo hace en un intento desesperado para poder conseguir, aunque sea de manera ilegítima, aquello que ahora, a finales de su vida, se atreve a reconocer como una íntima ambición. La obra empieza cuando Fausto decide tratar con el mal frente a frente y esto, si lo piensas bien, todos lo podemos hacer invocando nuestra parte enmudecida para dialogar con ella.
Hablo de todo esto pensando en la puesta en escena e intentando alcanzar con el pensamiento el proceso completo que culminó con las inestimables representaciones al Teatro Rialto de Valencia, pero desearía referirme especialmente al proceso de escritura, puesto que estas son palabras introductorias de un texto dramático contemporáneo que ha estado posible gracias a la convergencia de dos sensibilidades.
Desde la primera conversación con Arturo Sánchez Velasco en la que le propuse el
trabajo conjunto percibí que su curiosidad y su compromiso de fondo con
la escritura iba más allá de la creación literaria más personal que yo conocía. A él,
como mí, nos mueve la corriente de un teatro que busca la mentira de la verdad y la racionalidad del más absurdo. Quizás por eso todo el que él iba destilando de la obra de Goethe me resultaba tan adecuada y ajustado, tan inequívoco y determinado, tan mío y tan de todo el mundo, que no me suponía el más mínimo esfuerzo entrar y salir, repensar, asentir o discrepar, jugar... casi como lo hago conmigo mismo cuando me concentro ante el teclado. Pero segundos avanzábamos todavía fue algo mejor porque comprendí ciertas interioridades de su escritura que activaron dentro de mí una seducción doble: me atraía tanto el primer autor como el que tenía trabajando a mi lado. Me fascina el interés de Arturo por la pureza del lenguaje y por la investigación de una verabilididad ancha, precisa y arraigada al presente.
Al pasar por él las voces podían sonar absolutamente reales y próximas sin alejarse ni
un poco de su condición mítica.. y me dejé llevar, incluso escribiendo sobre
su estrella, y estela a la hora madurar en mi cabeza de director (mejor dicho, de titiritero)
todas esas voces, que ahora si, ya son nuestras.
JAUME POLICARPO
Por habla del proceso de escritura de esta adaptación del Fausto, me veo obligado a recordar el momento cuando Jaume Policarpo me propuso el proyecto: fue una sensación de salto al vacío. Quizás fue esa sensación de vértigo la que nos guio durante todo el proceso, porque era un reflejo del respeto absoluto por el original. Ese respeto, por otro lado, no nos podía coartar artísticamente. Al fin y al cabo estábamos obligados a coger un texto inabarcable –concebido como una obra descomunal y prodigiosa, más próxima a la ópera o los autos sacramentales– y convertirlo en una obra “normal”. El objetivo era una función de una duración razonable y un contenido próximo, sin traicionar el cariz filosófico de Goethe.
Se tiene que entender, también, que Fausto no pertenece exclusivamente a Goethe, sino que es un mito que atraviesa la cultura europea desde la edad mediana hasta la actualidad. Por eso cometimos la osadía de cambiar sus palabras y acomodar situaciones.
La escritura compartida con Jaume Policarpo fue un proceso muy enriquecedor y estimulando que se transfirió al resultado escénico. El que recibe el espectador es una
escenografía onírica y absorbente y un brillante juego entre actores y títeres. De hecho tendría que decir que me sentí tentado tanto por la obra de Goethe como por la riqueza del mundo híbrido de Jaume. Me habría costado aceptar el proyecto de no ser así.
Todo aquello estaba al jefe de Jaume desde la primera vez que quedamos para hablar del
proyecto. Desde entonces me sentí casi un intermediario entre él y Goethe. Es decir,
un privilegiado para formar parte de un trabajo colectivo tan frondoso.
Advertimos que el texto que se presenta aquí no transcribe fielmente el montaje, sino que es una versión más arraigada al proceso de escritura. Sería complicado hacerlo de otra manera. De todas maneras esto solo es un paso en la vida del Fausto.
La historia empieza en Alemania a la edad mediana, con un médico de dudosa reputación
que se piensa fue un personaje real, continúa con Goethe unos siglos después. Pero
también con Marlowe, con Murnau y tantos otros. Sigue a un escenario valenciano mucho
de tiempo después con ese títere gigante. Ahora ve la forma de papel con esta edición. Y sabemos que no acabará aquí, que vivirá durante muchos siglos de innumerables formas.
ARTURO SÁNCHEZ VELASCO