CINE AFRICANO ACTUAL

El flamante e incuestionable Oso de Oro de la última Berlinale obtenido por Dahomey, nueva película de la franco-senegalesa Mati Diop, nos alerta una vez más sobre la necesidad de observar la historia (y también la historia del cine) desde y con África. En los últimos años, las cinematografías del continente han desplegado una insólita heterodoxia de tonos y formas, ofreciendo algunas de las propuestas más sorprendentes y profundas a nivel global. Si bien veteranos como Abderrahmane Sissako siguieron alumbrando temas urgentes como la resistencia contra el yihadismo en su obra maestra Timbuktu (2014), destaca la irrupción de una hornada que ha sabido releer las huellas que el colonialismo ha dejado en la contemporaneidad desde prismas sólidos y originales, como la lúdica reconstrucción de la Guerra de Argelia llevada a cabo por Narimane Mari en Alubias rojas (2013), el viaje temporal y sensorial que entrega el ruandés Kivu Ruhorahoza en Things of the Aimless Wanderer (2015), o la reflexión sobre la perenne esclavitud de los refugiados en El hombre que vendió su piel, de la tunecina Kaouther Ben Hania, que fue nominada al Oscar.

Las filiaciones emocionales son la base de obras tan vibrantes como Rafiki (2018), en la que la keniana Wanuri Kahiu muestra el intrincado nacimiento de una relación homosexual, o la exploración de los vínculos materno-filiales en This Is Not a Burial, It's a Resurrection (2019) del que quizás sea el talento más deslumbrante de los últimos años: Lemohang Jeremiah Mosese.

La reformulación de géneros populares ha sido otra máxima, como demuestran la genial comedia de realismo mágico Plumas del egipcio Omar El Zohairy (2021), el robusto drama carcelario marfileño La noche de los reyes (Philippe Lacôte, 2020), el hipnótico thriller sobre los años de plomo de Argelia, Abou Leila (Amin Sidi-Boumédiène, 2019), y por supuesto la fusión de realismo social y cine de zombies compuesta por Mati Diop en Atlantique (2019).

Esta generación de autores está acertando a radiografiar las complejas circunstancias de sus sociedades, detectando las heridas del pasado en el presente, aplicando siempre un humanismo inquebrantable y una audacia formal sin precedentes. Quizás debamos cambiar el eje de una vez por todas, mirar a África para encontrar el devenir más estimulante del audiovisual que se realiza en nuestros días.

Javier H. Estrada, comisario del ciclo